Los grandes libros escritos por los grandes filósofos y, en general, la inmensa producción filosófica existente y que puede ser leída, comentada, analizada y criticada, es un activo que posee un valor incuantificable. Leer a Platón, Aristóteles, Kant, Fichte, Hegel, Hume, Leibniz, Zubiri, Husserl, Gustavo Bueno, etc., es unas de las mejores formas de aprender a pensar, y a razonar mejor. Y, si a esto se añade, que pueden ser leídos los libros de otros numerosos filósofos, aumenta todavía más el valor de la reflexión filosófica para nuestro tiempo.
Aunque las ediciones de los grandes clásicos de la filosofía no alcancen, en general, tiradas propias de Best-sellers, no cabe duda de que no son, únicamente, escritos que prestigian a las editoriales. Porque la excelencia y la calidad de las reflexiones y argumentaciones es algo esencial. Es la clave del desarrollo intelectual, y del ejercicio crítico de la inteligencia y de la razón.
En la sociedad del pensamiento líquido y de la superficialidad, no todo debe ser estar frente al televisor. El saber filosófico y lo que nos transmiten los pensadores en sus obras es básico. Los prejuicios y los estereotipos se borran y anulan con el ejercicio de un pensar racional profundo y matizado. Si queremos una sociedad racional, responsable, solidaria y fraterna debemos respetar la filosofía. La insensatez, la falsedad, la manipulación, la irracionalidad, la mentira no deben dominar en la realidad social, sobre la verdad y el respeto.
En este sentido, es cada vez más necesaria la filosofía. Para que las nuevas generaciones aprendan a pensar del mejor modo, con el fin de recrear una sociedad cada vez más justa, y una convivencia más armoniosa y equilibrada.
Es cierto lo que escribe el profesor de Filosofía de la Complutense Carlos Fernández Liria en su libro ¿Para qué servimos los filósofos?: «En lugar de aprender jugando (Lo que en el mejor de los casos, sirve para jugar en lugar de aprender), no pasaría nada por apostar por el juego del conocimiento».
Ante la falta de pensamiento profundo que suele ser algo bastante frecuente, el remedio es analizar, enjuiciar y argumentar considerando las cuestiones en toda su complejidad, y con la mayor precisión y amplitud. En la cultura de la imagen en la que vivimos, esto suele olvidarse. Las cosas no suelen ser blancas o negras tienen muchísimos matices y detalles que es preciso analizar y valorar. Saber juzgar, criticar, pensar y discutir con rigor y coherencia es básico, y esto se desarrolla con la filosofía.
El mismo Hegel, un gran filósofo, pone de relieve el extraordinario valor del saber filosófico en su tiempo, como señala Arsenio Ginzo: «Hegel quiso responder a este reto reivindicando la naturaleza y las peculiaridades del saber filosófico en la cultura moderna, prolongando así las reflexiones iniciadas por los otros grandes representantes del Idealismo alemán, desde la Disputa de las Facultades de Kant, hasta las Lecciones sobre el método de los estudios académicos, de Schelling».
Porque es indudable que la formación filosófica es muy completa, y aporta innumerables beneficios a los estudiantes en la enseñanza secundaria y en la Universidad. Es lógico que Hegel escriba: «el estudio de la filosofía constituye el auténtico fundamento de toda formación teórica y práctica». Y esto lo expresó un gran pensador que fue preceptor privado, profesor y director de Gymnasio, Consejero escolar de la ciudad de Nurenberg, profesor y rector universitario, consultor del Gobierno para temas y asuntos educativos, etc. Actualmente, las Ciencias Sociales, las Humanidades y, más concretamente, la filosofía deben tener más presencia real y efectiva en los planes de estudio.
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