“No estoy de acuerdo con lo que dices pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo”.
Voltaire
Cada 3 de mayo se conmemora el Día Mundial de la Libertad de Prensa o de la Libertad de Expresión. En esta fecha, solemos leer reportes, estadísticas, escuchamos reclamos y ecos de esos reclamos. La pregunta es: ¿qué sucede el resto del año?
Entendemos que cada ciudadano puede ejercer la libertar de difundir sus opiniones sin restricciones y sin consecuencias, a través de diferentes medios: radio, televisión, prensa escrita y en los últimos tiempos, las múltiples redes sociales como Twitter, Facebook, etc. Claro que este derecho no es ilimitado: básicamente, esta difusión no debe fomentar hechos ilícitos, no debe perturbar el orden público, ni ir contra la moral.
Al respecto, podríamos citar el artículo 19 de la Declaración de Derechos Humanos de las Naciones Unidas: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”. Suena encantador, idílico y contundente.
En los sistemas políticos democráticos este derecho se ejerce sin ningún conflicto y la libertad de prensa es una garantía fundamentada en la libertad de expresión que se ejerce sin restricciones. Parece simple y hasta fácil de llevar a cabo, siempre y cuando pensemos ingenuamente que no existen intereses de por medio, que solo cuenta el bienestar del pueblo y que parte de ese bienestar radica en mantenerse informado y libre a la hora de exponer opiniones. Pero lo cierto es que el sistema democrático esta descalibrado, las instituciones se han debilitado y los medios han caído en manos del sector de “puro negocio”, sector en el que prevalece el afán económico por sobre el deseo de informar. Digamos que la meta es más bien desinformar, entretener con productos espectacularizados y, en el peor de los casos, “veddetizar” la política. De esta manera, sin dudas, se vulnera la libertad de expresión.
En la actualidad, se llevan adelante nuevas formas de censura, una modalidad encubierta, como por ejemplo, quitar la pauta oficial (arbitrariedad en la asignación de contratos), premiar o castigar (relacionados con críticas favorables o adversas al gobierno de turno).
Me arriesgo a decir que el derecho del pueblo a ser informado debe prevalecer por sobre el derecho del periodista/ comunicador a expresarse.
Sucede que en momentos de revuelo político, cuando la ciudadanía precisa más que nunca información fidedigna para construir opinión, el discurso resulta manipulado y tergiversado. Muchos periodistas, quienes desempeñan un rol clave, asumen el reto de informar con veracidad y credibilidad; sin embargo, en muchos países este rol es violentado con amordazamiento y, en casos extremos pero no poco frecuentes, con el asesinato de profesionales de la comunicación.
El desafío es oponerse al control de los monopolios mediáticos, de las empresas privadas, al poder de las trasnacionales que desembarcan fuertemente enlazadas con los poderosos del país y ejercen el control político con estrategias centradas en la manipulación.
Ejercer el periodismo sin ningún tipo de restricción más allá de las que se mencionan en leyes y tratados, pero sobre todo, sin ningún tipo de consecuencia. Los comunicadores/periodistas deben proponerse –a modo de estandarte- informar cada tema con rigor, con imparcialidad y un fuerte apego a los hechos . Quizás lo que debamos hacer con urgencia es lo que plantea la UNESCO: “fomentar el cambio de una cultura de secretismo a otra de transparencia”. Por suerte, en algunos países, la utilización de tecnología ayuda a difundir las voces de la disidencia, aquellas que nos ayudan a correr el velo para analizar los acontecimientos bajo una nueva luz.
Para lograr la verdadera libertad de expresión, debemos instaurar un sistema de medios de comunicación de diversa naturaleza, donde sectores de la sociedad y quienes deseen hacerlo puedan expresarse libremente. La información es un bien que nos pertenece a todas y todos.
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