El profesor Juan Adárvez envía este anuncio. No tiene efectos especiales ni grandes alardes de producción, pero el argumento seduce a todo el mundo. En breves escenas, nos sentimos requeridos a cambiar de actitud.
Se trata de que unos novios están paseando por la orilla del mar; él, abstraído por el teléfono móvil, acaba perdiendo a su novia que sigue caminando, las huellas en la arena le orientan de que sigue a su lado. Un amante de la música, adherido a su smartphone, se olvida de su grupo de amigos que están tocando junto a él. Y una secretaria, que se abstrae de la importante reunión a la que asiste para levantar el acta del mismo evento. Y un padre que, en el salón del hogar, se olvida de su hija pequeña que está, a su lado, dibujando.
Situaciones cotidianas, que no llaman la atención, pero que pueden ser dramáticas para los que las padecen. Afortunadamente, esos desajustes se solucionan cuando se desconecta el móvil para escuchar a los que tiene a su alrededor. Es el lema de la campaña publicitaria de DTAC bajo el eslogan: “Desconectar para conectar”.
Quizás el tema tenga especial eco entre los jóvenes inmersos en las nuevas tecnologías. Pero no es sólo un anuncio para ellos. Un reciente estudio concluye que el 77% de los que poseen un teléfono inteligente padece, en algún grado, de «nomofobia»; es decir, temor y ansiedad ante el hecho de no poder consultar su móvil cada vez que lo desea. La dependencia del móvil está ya tipificada en los manuales de Psiquiatría, y los síntomas son muy claros: no poder vivir sin el teléfono móvil, no poder atender a otra persona si llaman por teléfono, estar más pendiente del móvil que de la familia o los amigos. El móvil es el mayor enemigo de la armonía familiar.
Pensemos por un instante: ¿no hay alguien en nuestro entorno que padezca alguno de esos síntomas? ¿No vemos en nosotros alguno de esos indicios? Aún estamos a tiempo de cambiar: desconectar el móvil cuando haga falta, y escuchar a quienes nos rodean que lo están deseando.
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