En el libro Elogio de las fronteras el filósofo francés Régis Debray realiza sutiles apreciaciones y valoraciones de la cultura posmoderna actual con ocasión de una conferencia que pronunció en Tokio. Es un elogio que, en realidad, no es tal, ya que muestra que frente a las supuestas ventajas de la globalización de la denominada aldea global de Mcluhan resulta que existen numerosas separaciones y divisiones.
Existe, a mi juicio, mucha irracionalidad en las formas de vida occidental o en lo que se puede llamar el consumismo y el relativismo existente en pleno siglo XXI. Aparentemente, han caído muchos muros, pero persisten las contradicciones en la manera de entender las reglas o los procedimientos de seguridad en determinados países.
Además, la unidad europea no parece estar muy consolidada, si se piensa en el desarrollo de los acontecimientos contando también con la cuestión del Brexit y con otros aspectos de la economía de los países que conforman de una Unión Europea dirigida, en el fondo, por Alemania.
Las páginas de este libro son amenas, ya que están escritas con un estilo fluido, el propio de una conferencia destinada a un público selecto, pero que agradece la claridad en la expresión. Es indudable que son necesarias las fronteras, pero también existe el peligro de caer en la uniformidad. No es algo positivo, en mi opinión, que nos disolvamos en lo universal. Aunque existan aspectos universales en lo conceptual.
Y las fronteras pueden ser elogiadas, porque es verdad que singularizan, diferencian y conforman un planeta muy diverso. Aunque también es cierto que la diversidad cada vez está aumentando más, por la aceleración de los cambios sociales a todos los niveles.
Muchas de las afirmaciones expuestas por Debray nos pueden parecer chocantes y provocativas, aunque son el resultado de la complejidad resultante de la globalización mundial. Por un lado, parece existir más igualdad en algunos aspectos de los estilos vitales, pero, por otra parte, el consumismo y la superficialidad lo invade casi todo. El mundo cada vez es más caótico en cuanto a la realidad que viven las personas. Hace décadas también lo era, pero menos.
Los cambios de costumbres y modos de vida unido a los problemas sociales y económicos convierte el mundo en un territorio de lucha constante y continua por alcanzar un bienestar que nunca está garantizado del todo.
Como escribe Debray: «El principio de laicidad llevaba un nombre: la separación. La ley en el foro; lo privado en casa. Se inició en mayo de 1968 con la euforia de un guirigay simpático. Ahora zozobra en un caos de mercantilismo y exhibicionismo». Considero que tiene razón, ya que aunque esta conferencia se pronunció en 2010 nuestra civilización está siendo cada vez más consumista y la alta cultura está siendo considerada como algo propio de las élites y no está siendo suficientemente valorada y apreciada por toda la sociedad. O, al menos, es lo que parece.
En cualquier caso, tengo claro que las fronteras son útiles siempre que sirvan para proteger y unir a los ciudadanos en la paz y en el disfrute apasionado de la vida en todas sus dimensiones. La lectura de este libro de Régis Debray es recomendable por la ya dicho. Debray nació en París en 1940 y es un filósofo formado en la Escuela Normal Superior de la capital de Francia. Fue compañero de «Che» Guevara en la campaña de Bolivia y ha escrito importantes ensayos sobre cuestiones de transmisión cultural y mediología.
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