El término que dio origen a una publicación francesa, es la transcripción afrancesada del vocablo de origen hebreo Tikún Olam, un concepto de uso frecuente en el judaísmo tradicional empleado en la tradición cabalística y mesiánica, que significa (todo al mismo tiempo) reparación, restitución y redención, y que recuperan en gran parte, y entre otras, la concepción judía de la justicia social. Tiqqun es la reverberación de un Partido Imaginario que, partiendo del lugar en el que se encuentra, de su posición, emplea o persigue el proceso de polarización ética, de asunción diferenciada de formas de vida. Este proceso no es otro que el Tiqqun. Es el devenir real, el devenir práctico del mundo; el proceso de revelación de toda cosa como práctica, es decir, ocupando su espacio en sus límites, en su significación inmanente. El Tiqqun es que cada acto, cada conducta, cada enunciado están dotados de sentido, en tanto que suceso, se inscribe a sí mismo en su metafísica propia, en su comunidad, en su partido. Esto mismo es un disparo, de este no lugar real, o imaginario en que se constituye esta metrópoli de espíritus, donde la capacidad más destacable no es la del ataque o la del disparo, sino su contrario, que no puede ser alcanzada por ninguna bala, misil o armamento real, como tampoco por ninguna disposición absolutista o dictatorial que encierre, encarcele o suprima, mediante la coacción o la indiferencia, los vocablos de quiénes pretendemos una humanidad mejor, desandando un camino o varios, para ello.
Mientras una masa ingente aún se sigue preguntando porque en la figura, cada vez más ficticia del estado nación de cada uno de los países en crisis, sobre todo aquellos en donde los pobres y marginales, en su gran mayoría y estructuralmente, nacen, viven y huyen de sus geografías para irse a otros sitios en donde el mismo sistema funcionaría (sin ellos claro, esta, que son conminados a archipiélagos de excepción), otros, estudiamos una repuesta integral, abarcadora e inclusiva.
Hasta ahora, cuando se ha dado algún efecto al derecho de autodeterminación y allí donde se le ha permitido tener efectos, en los siglos XIX y XX, llevó o habría llevado a la formación de estados compuestos por una sola nacionalidad (es decir, gente hablando el mismo idioma) y a la disolución de estados compuestos por diversas nacionalidades, pero solo como consecuencia de la libre elección de aquellos con derecho a participar en el plebiscito. La formación de estados que comprendieran a todos los miembros de un grupo nacional, sería el resultado del ejercicio del derecho de autodeterminación, no su propósito. Si algunos miembros de una nación se sienten más felices siendo políticamente independientes que formando parte de un estado compuesto por todos los miembros del mismo grupo lingüístico, por supuesto, se puede tratar de cambiar sus ideas políticas mediante persuasión, para atraerlos al principio de nacionalidad, según el cual todos los miembros del mismo grupo lingüístico deberían formar un solo estado independiente. Sin embargo, si se busca determinar su destino político contra su voluntad, apelando a un supuesto derecho superior de la nación, se viola el derecho de autodeterminación no menos efectivamente que practicando cualquier otra forma de opresión.
Esta misma autodeterminación de pertenencia, debería ser pragmáticamente instalada para las formas de gobierno actuales. Sobre todo en aquellas democracias en crisis, que bien podrían retornar al sistema monárquico (claro que lo más común sería al revés, sobre todo sectores de izquierdas o republicanos que creen no serlo, por estar dentro de un sistema monárquico, aunque más no lo fuese, este mismo, casi eminentemente simbólico. Pero la idea intelectual es probar siempre caminos inexplorados o no corrientes). Es decir, se debería establecer una consulta popular sencilla y fácilmente practicable, para que de tanto en tanto, la ciudadanía ratifique o rectifique su sistema democrático o que pueda ser consultado, por ejemplo sí desea retornar o tener por primera vez una monarquía que lo gobierne.
Tal como expresamos, las categorías de la filosofía política para continuar determinando sistema de gobiernos como los que toleramos, no hacen más que contribuir a la confusión que otorga galardones a las estrellas del mundo académico intelectual que lucran con la misma, enfangando lo que debería ser una profusa dedicación teórica para tener un sistema mejor, en una discusión bizantina con autores fallecidos que perviven en el memorial de esas bibliotecas a los que sólo acuden estos, obligando a sus educandos a revivirlos, bajo lecturas soporíferamente obligatorias.
La democracia como definición conceptual debe ser revisada, redefinida y reconvertida. Esto mismo lo hacemos, desde el precedente de “Tiqqun” desde su principio de justicia social y de su existencia, imaginaria, fantasmal como perteneciente al campo de lo inconsciente. A las líneas, que son las de la naturaleza, que no imponen líneas rectas o figuras totalitarias como el número.
Desde el partido Tiqqun, de este distrito, desde donde usted lee, proponemos lo siguiente:
Democracia paso a ser lo electoral, la elección. Pero el rito en sí mismo, el traslado del plano real, con parada en el imaginario y destino actual al simbólico. El costo, es que hemos banalizado la acción de elegir, dado que ni votando, ni en la gimnasia democrática a la que nos hemos acostumbrado, elegimos, solamente, repetimos, vana y vacuamente, el ritual que nada tiene que ver ni con decisiones comunitarias o por ende con políticas públicas.
Existen cientos de trabajos que destacan, casi como experiencias cotidianas, referidas a las múltiples causas por las que eligiendo, y valga la redundancia mediante elecciones a nuestros representantes, dejamos de elegir, tal vez, el que concite un mayor grado de uniformidad de explicaciones es que habiéndolo supeditado todo a una elección, como ciudadanos, hemos abandonado y nos hemos preocupado muy poco por ello, o lo hemos hecho exprofeso, la posibilidad de elegir. Nos empezó a dar igual, nos la sudaba, que al fin de cuentas los elegidos no eligieran nada concerniente a lo público, es decir a lo político, que además fuesen siempre los mismos, constituyéndose en grupo, clase o facción, que se granjearan ganancias siderales de las que no podrían haber alcanzado mediante cualquier otro medio laboral, que finalmente, asistiéramos casi, en desgano, o en una suerte de eutanasia progresiva, a sostener lo democrático, cómo idea, como abstracción, como paraguas protector de ciertos comportamientos, bajo el ritual de elecciones que no eligen nada.
La ruptura de la armonía deviene finalmente, como en una cinta de Moebius, en un lugar anterior, que parecería el mismo, pero que sin embargo, no lo es. Para dejarlo en claro, todo aquello que beneficiaba y que constituyó, esa misma constitución fue el primer beneficio, a la clase política, a la facción de representadores, ahora empieza a perjudicarlo en grado sumo. Las elecciones que no eligen, que no definen política, ni nada, sino que simplemente se realizan como simbología diletante de aspiraciones fetichistas y que antes beneficiaban a esos pocos, constituidos en políticos, ahora amenaza con devorarlos, con llevárselos puestos.
Podríamos dar muchísimos ejemplos, en cada aldea que se precie de democrática existirá alguna referencia que hable acerca de la dificultad de contar los votos, de resolver la elección misma, o que esta simple operación o traducción matemática no se manifieste en la realidad. En el país Americano de mayor tradición democrática, no gobierna quién obtuviera la mayor cantidad de voluntades para conducir los destinos de tal país. En el resto del continente, por la aparatosidad en que transformaron lo electoral, por la pobreza que lo democrático no sólo no redujo sino que acrecentó, las elecciones se constituyen en festivales orgiásticos del uso al pobre, al marginal, la cosificación de las necesidades más básicas se cuentan una a una, para ver que facción ha juntado al menos una más que la otra para hacerse con el botín del gobierno.
Europa tampoco escapa a la problematización de lo electoral en lo democrático en términos de haberla convertido en tal fetiche. El dispositivo que hubieron de encontrar, llamado democracia participativa o directa, cae como réplica, indubitablemente.
Independientemente de la cantidad de veces que se vote, no pasa por esa cantidad de veces de votar, ni de los términos de la votación, el que podamos elegir, cuestiones políticas. Esto es precisamente el eje de los debates actuales que se dan por los distintos referéndums en el viejo continente.
Aproximase, como respuesta, que va tomando fuerza, desde lo teórico, para lo que se multiplican encuentros, foros, en donde personalidades de reconocida trayectoria internacional, empiezan a dar el visto bueno a que se incorpore (otros dicen se sustituya) el azar, la suerte, el sorteo, para que mediante tal ucase, tal designio de la diosa fortuna, constituyamos a nuestros representantes políticos, podamos resolver la gran cuestión de sí verdaderamente elegimos en política, haciendo interceder, expresa y acabadamente al azar.
Tal vez una democracia en donde la suerte elija (en términos académicos demarquía o estococracia), por sobre el condicionamiento del pobre que por su pobreza que la política no ayudó a mitigar tampoco elige, por sobre el ciudadano que timado por el sistema electoral que tampoco elige, haciéndolo creer que sí, finalmente podamos valorar no sólo la posibilidad de elegir, sino lo democrático, que es una elección, pero por sobre todo, mucho más que ella misma.
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