La otrora expresión guerrillera colombiana, devenida en partido político, debiera despertar mayor interés político-teórico-académico, que periodístico-focal o coyuntural, dado que ha logrado representación parlamentaria, sin necesidad de ratificarlo mediante voto directo, conformando de esta manera la novedad en sí misma de las democracias actuales en occidente. No sólo es un cambio semántico, la actual Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común, que reemplazó a la temible como execrable, para la democracia, Fuerza Armada Revolucionaria de Colombia, en los acuerdos de paz que pusieron fin a la violencia, determinaron que este espacio de arrepentidos en el uso de la última ratio, puedan tener representación en el poder legislativo, por dos turnos electorales, sin necesidad de la ratificación mediante voto, a los que no pocos señalan, sobre todo en sitios en donde la pobreza golpea con flagrancia, como una suerte de argucia o engaño, para en nombre de la democracia, empequeñecerla o reducirla. Sostienen que la “pobreza” o la marginalidad, debiera estar representada, explícitamente, en las bancas legislativas, más allá de la circunstancia electoral.
No se trata de las fuerzas armadas revolucionarias de Colombia, devenidas en partido político, menos en el contexto, de nuestro occidente (más allá de colonialismos y de las reacciones decoloniales) en donde la ETA, por citar otro ejemplo de una facción, pretendiera ver legitimada el uso de la violencia, para intermediar (que vendría a ser representar más explícitamente, o sin tanta representación) en la arena política se declaró disuelta, pidiendo perdón y repitiendo hasta el hartazgo conceptos democráticos, como tampoco, las insurgencias, que se expresaron, no sin violencia, sea simbólica, real, ambas o agregando también la imaginaria, y que parieron el Congreso Nacional Indígena en México, de lo que nos avenimos es que la sigla que tanto terror, dolor, en nombre de causas nobles, causó o contribuyó a consolidar, pasan a significar, un modelo de representación, dentro del sistema democrático, que creemos puede ser el futuro inmediato, para deconstruir o sí se prefiere, reconstruir la representatividad y por ende la legitimidad democrática, zaherida o dañada de muerte. ¿Podemos tener la flagrancia de creer que nada es más importante de lo que pensemos o sintamos para implementarlo en esa comunidad que condicionamos o es exactamente al revés y apenas sí somos vocablos de una narración que nos excede? ¿Es más importante que mantengamos las cosas dadas por el temor y pavor que nos generaría la disponibilidad de cambios, a costa de que los apremios de los que menos tienen, los empujen a que las únicas salidas, para expresar su dolor y la injustica que padecen, sean mediante la sinrazón de las armas o de la violencia? Sí desde el estado no se insta a pensar, no se promueven formas que construyan dispositivos para enfrentar los desafíos estructurales que nos someten, a los efectos de contemplar realidades, expresa y manifiestas, de pobrezas palmarias y marginalidades insondables, se está instando, por acción u omisión, a que se subleven contra él, mediante cualquier tipo de formas que excluyan la serenidad del pensar y la palabra, de esta manera las violencias sociales, como la inseguridad, pueden terminar en milicias paralelas que devuelvan la violencia del sometimiento, con más violencia e ira, dado que se privan de simplemente ser más humanos o algo humanos para poder diferenciarse de sus violentos victimarios. Que fue esto mismo, el lamentable círculo, en los que valga la redundancia de la imagen metafórica, suelen caer, en distintas latitudes las democracias occidentales y sus conflictividades, de base, irresueltas; pobreza, marginalidad y exclusión, como caldos de cultivo, excusas, para grupúsculos violentos, que bajo la argucia de actuar, representando a los sin voz, pretenden imponer, violentamente sus condiciones, recibiendo como respuesta una mayor violencia, no sobre ellos, sino bajo la excusa de la ley, sobre toda la comunidad en su conjunto, resultando, o teniendo como resultado, que la pobreza ni la marginalidad no ha sido tratada o asumida como problema, sino como una mera excusa para el juego violento de dos partes que dirimen sus diferencias mediante lo bélico, pero sin ningún tipo de interés por trabajar para contrarrestar, realmente a la pobreza y sus consecuencias.
La imbricación de la experiencia de un espacio, ahora político, en Colombia que tiene representación (podemos incluso llamarla forzada, como lo son los cupos femeninos o discriminación positiva) más allá de los votos, alienta lo que algunos teóricos trabajan en relación a la pobreza y marginalidad, de la que hasta ahora y tal como está dada, la democracia no se encarga, ni representa. El congreso nacional indígena en México, por ejemplo debiera además de tener la envergadura, social que posee, integrar desde ese indigenismo sometido a la pobreza y la exclusión, el poder legislativo de su país, más allá de lo que propone el sistema de representación que se estudia en las universidades y que se aplica, a régimen de imposición en los turnos electorales.
La propuesta es que tal como el modelo democrático colombiano, que erradico la violencia de aquellas Farc, se establezca una representación explicita y más allá del voto para representar a los pobres o marginales. La misma, podría tener como eje rector la constitución de un padrón de pobres, de marginales, de aquellos que sometidos por el número de una estadística no llegan con sus ingresos a vivir dignamente, y tal como proponían los griegos, en su ideario de democracia perfeccionada, mediante el sorteo, o la demarquía que de esos pobres elegidos por el azar, se establezca un porcentaje fijo de representantes en el legislativo que lo sean más allá de la lógica del voto, de lo electoral y de todo, lo que de alguna manera, tramposamente, viene proponiendo la democracia occidental, a mano de los que siempre tienen, de todo (sobre todo lo material) pero sin brindar respuestas a cómo integrar a millones de pobres y marginales a un sistema que los excluye, casi como condición necesaria de su existencia.
“¿Quiénes representan a los que viven por debajo de la línea de la pobreza? ¿Acaso el mismo estado, en su representación e institucionalidad, que los somete a la indignidad de no generarles la posibilidad de que puedan salir de tal piélago de la marginalidad sin límites? ¿No constituirán acaso, la marea de pobres, desperdigados por los diversos rincones del mundo, una nación que en la petulancia de su naturalidad, no pueda organizarse social, política ni teóricamente?¿No debería imperar, un categoría política que imponga, o en el mejor de los casos, disponga de la existencia efectiva y real de esta nación, apátrida pero con la firme necesidad de que emerja en forma prístina y contundente, bajo una declaración o manifiesto, la voz de los que necesitan, con premura y urgencia, volver a ser considerados humanos por quiénes nos decimos sus pares?”.
Los partidos políticos, deben reconvenirse bajo está lógica, a lo sumo podrán existir, real o auténticamente, tres. El partido de los pobres o de los que no tienen, el partido de los que algo tienen y el partido de los que le sobran. Hablamos desde la economía conceptual que se propone. Es decir en su viaje a la realización, el partido que pretenda representar a los pobres, podrá verse multiplicado en varias posiciones y hasta incluso, ser instado por partidarios de ricos, para socavar el interés de los pobres. Todo esto será plausible como válido, no se busca ni pretende, el imposible de anular las tensiones de lo político y por ende de sus viscosidades. Lo que se anhela, es simplemente, y valga la redundancia, simplificar la representación o la representatividad, respetando o redefiniendo la lógica de los partidos.
Que vote cada quién, ya será cosa, de la libertad política que debiera existir en cada una de las aldeas democráticas que se precien de tal. Lo que no puede o no debe continuar es pretender que la ciudadanía elija en elecciones que no significan nada, pues los partidos se desvirtuaron en su constitución como en su razón de ser.
La única manera de tratar la pobreza es limitarla en su exorbitancia en su inhumana excentricidad. La pobreza constituye una nación de pobres, más allá de territorios y fronteras, la pobreza se ha segmentado, se estableció como cupo de una porción de la totalidad de las experiencias humanas, en donde habita como estado de excepción, más como estado que como excepción. Por el partido de los pobres, debiéramos votar, los que pretendamos eliminarla o combatirla, o al menos tener la democrática posibilidad, de que exista tal cosa, el partido que sólo y única o primordialmente, represente, la pobreza como para pretender combatirla o erradicarla, mediante el voto, a través del sufragio, de un sobre o un papel, ingresando a una urna, tal como un alimento podría o debería ingresar en los desesperados estómagos de un hambriento sin que esto sea o represente un derecho o una novedad, sino una obviedad cotidiana, una imagen, democrática, de todos los días.
Vale recordar que no proponemos esto como una suerte de propuesta teórica que forme parte de comunicaciones académicas, que se atesore como ponencias en congresos, coloquios o que se edite, más allá de las risibles exigencias formales que se le piden a los textos para que aparezcan en ciertas publicaciones que casi nadie lee, sino que no se traducen en nada más que en eso, en cárceles de cristal en donde se exhibe el derecho a aprisionar el pensamiento, sino que más allá de lo que ocurra con el devenir de las palabras, y a la luz de los hechos, se considera que por este pliegue, por esta perspectiva, pasarán las novedades del futuro inmediato de nuestras democracias, representativas de occidente.
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