“El pasado miércoles -narra el periodista Luis del Pino- era rescatado un bebé de apenas dos semanas, que había sido arrojado vivo a un contenedor de basura en Mejorada del Campo. El niño habría muerto, de no ser porque le oyó llorar un vecino que paseaba a su perro. El bebé estaba metido dentro de una mochila, introducida a su vez en una bolsa de basura. Junto al bebé se hallaron un biberón y un chupete. Fue precisamente el biberón lo que permitió a la Guardia Civil identificar rápidamente a la madre del bebé, puesto que se trataba de un modelo que solo había sido suministrado al Hospital del Henares. Repasando la lista de mujeres que habían dado a luz recientemente en ese centro hospitalario, se localizó a una mujer colombiana, madre de otros tres hijos de entre 4 y 11 años. La mujer se derrumbó al ser detenida y confesó los hechos”.
Causa horror y se estremecen las fibras más sensibles de nuestro ser, al conocer la noticia del abandono de un ser inocente e indefenso. No es imaginable la actitud salvaje o corazón de hielo de la madre que abandonó a su propio hijo. Puestos a buscar causas del tal comportamiento, una destacaría con fuerza sobre las demás; la que mira a la formación, a la educación de esas madres en los valores humanos y cívicos.
Vivimos en una cultura de la muerte, que nos rodea por todas partes. Basta profundizar un poco para que aparezca tal y como es; con un egoísmo feroz, una violencia agresiva y el poco respeto por la vida de los recién nacidos, todo ello adobado por los mejores ingredientes hedonistas que nos lleva a un estado de naturaleza donde todo está permitido y no existe la más mínima referencia moral.
La vida es un don de Dios y nada ni nadie puede eliminar el derecho a vivir. La existencia siempre debe ser protegida, desde el mismo momento de la concepción hasta su muerte natural.
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