Con la liberación ayer del ex presidente de Malí, Ibrahim Boubacar Keita, depuesto el 18 de agosto por un golpe militar, liderado por el coronel Assimi Goita, auto proclamado Presidente del Comité Nacional para la Salvación del Pueblo y líder de una Junta Militar compuesta por un grupo de coroneles rebeldes han dado un paso importante en la salida a la crisis política en este país africano.
Golpe de estado que tiene como antecedentes meses de protestas contra el gobierno de Boubacar Keita y es el segundo que sufre esta nación africana en menos de una década. En el 2012, como consecuencia de las protestas que generó el movimiento separatista de los Tuareg en la región de Azawad al norte del país, un comando militar encabezado por del capitán Amadou Sanogo, en nombre de una llamada Comisión Nacional para la Restauración de la Democracia y el Estado, derrocó al presidente Amadou Toumani Touré.
En aquel momento tras la intervención de la ONU, del gobierno francés y de la Unión Africana, Sanogo dimitió y entrego el poder al presidente del parlamento, Dioncounda Traoré, quién convoco a elecciones, en las cuales fue electo en el 2013, el depuesto exmandatario Boubacar Keita.
Malí es un Estado fallido desde que logró su independencia de Francia en 1960, cuatro años después sufrio su primer cuartelazo. De allí en adelante han sido frecuente los cuartelazos que han profundizado su inestabilidad política al son de los movimientos separatistas y los descontentos populares generado por la concentración del desarrollo en la región del sur y la pobreza en el norte.
Un país de 19 millones de habitantes que desde hace varias décadas afronta continuos intentos separatistas de los tuareg, un pueblo bereber de tradición nómada que desde el siglo XII, controla las rutas del desierto del Sahara. Una tribu que varias veces ha proclamado la independencia de la región de Azawad. Tribu guerrera que durante más de dos milenios ha dominado los confines del Sahara y que se ha opuesto a los trazados fronterizos y al sometimiento en los Estados.
Hablar de esta nación africana de Malí, de mayoría musulmana sunita, ubicada en la región occidental concretamente en la franja del Sahel, una de las zonas más conflictivas africanas, resulta bastante interesante por la importancia geográfica que tiene como paso entre África del Norte y África subsahariana y por ser santuario de diversos grupos islámicos fundamentalistas que controlan las rutas comerciales, de contrabando e importantes riquezas petroleras y mineras.
Además, porque es cuna de tres de los grandes imperios africanos: Ghana, Malí y Songhay y, desde luego, un territorio punto de confluencia de pueblos, étnias y culturas que han configurado un legado histórico milenario de riquezas, esplendor comercial, religioso y cultural, y de paso un centro histórico de poder y de conflictos en África.
Una nación donde cada etnia ha ejercido el poder sobre otras dependiendo de las épocas, étnias y nexos tribales que se han entremezclado desde hace siglos y enfrentado entre sí, han formado alianzas y se han esclavizado entre ellas, y a la vez, se han unidos en la defensa de reivindicaciones políticas en diferentes períodos históricos.
Fenómenos históricos y culturales claves para comprender las causas de los conflictos por el control del poder y sus repercusiones en el mundo islámico. Por eso lo que pasa en Malí tiene profundas incidencias en el Sahel, dado que es una de las zonas más ricas, estratégicas y conflictivas africanas, pero a la vez, una de las más pobres, diezmadas por las sequías, el hambre y la pobreza.
Un completo contraste en una nación con las mayores reservas de uranio y oro del mundo. Sin embargo, esas riquezas no han servido para mejorar los niveles de desarrollo en un país con protuberantes desequilibrios en el nivel de vida entre una región del sur que concentran los mejores niveles de desarrollo y un norte pobre y más atrasado.
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