El 18 de septiembre será un día importante para Gran Bretaña que también puede ser histórico. El electorado escocés votará en un referéndum si está a favor de que su país se independice del Reino Unido o de que todo siga igual. ¿Cuáles son las causas que han llevado a esta situación y las implicaciones que puede tener una posible independencia?
Luego de un largo proceso, en esta semana tendrá lugar un plebiscito, pactado entre el gobierno de Edimburgo y el de Londres, en el que la población escocesa mayor de dieciséis años decidirá sobre la independencia de Escocia. Lo cual implicaría la salida de esta nación de la entidad del Reino Unido. Marcaría cambios importantes en materia política, económica y social no solo en la situación de Escocia, sino también de la administración política y económica británica. La modificación de la bandera y del nombre de la unión sería solo una anécdota.
La celebración del referéndum es la culminación de un largo proceso abierto por el ministro principal (MP) Alex Salmond desde que asumió la jefatura de Gobierno escocesa en 2007, y de una de las metas del Partido Nacional Escocés que lidera: plantear en la gran mesa de debate la cuestión de la independencia de esa nación luego de tres siglos en los que ha formado parte de Reino Unido. De una soberanía cuyo límite sería la lealtad a la familia real británica y la continuidad de la libra esterlina como moneda de uso corriente.
A nivel interno y externo, el resultado de la elección puede ser decisivo para otras regiones que atraviesan por una situación similar en la que buscan independizarse de otros estados o comuniones políticas supraestatales como la que es el Reino Unido. En las mismas islas tenemos la agitada y violenta experiencia por la que ha pasado Irlanda del Norte. Marcada por atentados y conatos de guerrillas a lo largo de mucho tiempo. También la búsqueda de los regionalistas galeses por expandir las atribuciones de su gobierno. Dos bombas de tiempo que una victoria del Sí en Escocia podría activar. Desde otros casos actuales con gran resonancia en Europa, como lo representan Cataluña, que busca una soberanía igual o más profunda que la escocesa de España y el conflicto entre las dos principales estructuras y elites sociales, políticas y económicas de Bélgica: valones y flamencos, se está viendo con especial atención lo que suceda en la consulta. Pues en los resultados se verá que tanto se ampliará o se reducirá el campo de batalla para sus propias reivindicaciones.
Referéndum, una herramienta política con resultados dispares
El referéndum es una herramienta de la política y la sociedad para dirimir cuestiones ligadas a la soberanía de un territorio respecto a la entidad nacional a la que pertenece. Comenzó a implementarse en el siglo XIX y luego, a mayor escala, en el siglo XX. Sirviendo a la independencia de ex colonias africanas y asiáticas y, para la soberanía de naciones que antes conformaban entidades supranacionales como Yugoslavia o la Unión Soviética.
Entre los ochenta y los noventa se han realizado una importante cantidad de referéndums los cuales decidieron la independencia de algunas de las naciones del este europeo. Significando una vía de resolución pacífica a conflictos de este tipo. Otras consultas han derivado en una derrota de las aspiraciones independentistas como lo fue el caso de Quebec, la región francófona de Canadá. A través de ello, puede verse a la situación de la región que busca independizarse en relación a la política y economía tanto nacional como internacional del momento como una variable fundamental que condiciona al electorado y, en consecuencia, los resultados.
En la URSS, pese al referéndum realizado en el que ganó la opción de la continuidad de la entidad bajo nuevas ropas democráticas, luego terminó primando el acuerdo inter pares de los lideres emergentes del ascenso de las corrientes nacionalistas liberales dentro de las ex-repúblicas. El desgaste y desborde de la estructura política de la unión, el lento deterioro económico y la presión internacional posibilitaron el surgimiento de nuevos Estados. Algunos de ellos instrumentaron consultas populares para ratificar su condición soberana. En el caso de Quebec en 1980 y 1995 la autoridad política central de Canadá se opuso. Ganando la propuesta de estos últimos.
La consulta popular escocesa transcurre en un escenario similar al que atravesó Quebec. La postura del gobierno británico encabezado por el conservador David Cameron, si bien es proclive a la realización del referéndum, es opuesta a los deseos independentistas del ministro principal escocés Alex Salmond. Pues ha pedido públicamente, en numerosas ocasiones, que los escoceses voten en contra de la independencia. Alegando que perderían el posicionamiento internacional que ostenta Reino Unido así como muchos “privilegios” en materia económica y social. A su vez, en caso que gane el No a la independencia, ofrece mayores garantías al Estado escocés en cuanto a su grado de autonomía dentro del reino. La estrategia del gobierno es colocar a la situación de Escocia entre la espada y la pared. Parecen querer reflotar, una vez más, el “no hay alternativa” que pregonaba Margaret Thatcher en alusión al ascenso del capitalismo reconfigurado en posiciones neoliberales frente al derrumbe tanto del modelo de bienestar económico que dominó desde la posguerra hasta fines de la década del setenta como del paradigma socialista-comunista, representado en el estancamiento de la URSS y los Estados socialistas de Europa del este. En este caso, desde Downing Street se busca asustar al electorado escocés con un pronóstico entre magro y catastrófico para Escocia en caso que se independice de Londres.
Si bien existe incertidumbre en cuanto a la viabilidad del proyecto soberanista impulsado por la clase política escocesa de cara a algunos sectores, es cierto el hecho de que Reino Unido experimentara consecuencias negativas en materia económica y geopolítica. La postura en contra de la independencia no es solo del partido conservador, también la es del partido laborista. No solo por las mismas razones que se aducen del gobierno de Cameron, sino también porque Escocia representa un distrito electoral significativo. Allí el laborismo es segunda fuerza. Y ha formado una coalición con los tories en contra de la propuesta del nacionalismo. Hace tan solo unos meses, la clase política inglesa no tomaba en serio los deseos independentistas escoceses. Ante el vertiginoso aumento de la intención de voto sobre el Sí, la preocupación creció en Downing Street y el Parlamento. Una derrota del unionismo conservador-laborista frente al nacionalismo escocés implicaría un debilitamiento irreversible para el gobierno de David Cameron de cara a su continuidad y la pérdida de un bastión electoral clave para el partido laborista. Una situación complicada para el bipartidismo y los liberales, en la cual solo se vería favorecido el ultraderechista Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP). Una agrupación paleo conservadora liderada por Nigel Farage que ganó en Reino Unido las últimas elecciones europeas con sus propuestas anti-inmigración y anti-UE.
Dos posiciones encontradas
Por un lado el ministro principal escocés Alex Salmond, que se ampara en la rotunda victoria electoral en 2011 del nacionalismo que permitió su relección, pregona un sentimiento que es compartido por amplios márgenes de la sociedad de esa nación: que la unión con Londres ha llevado últimamente al Estado escocés a una situación de estancamiento social y económico. Pues ha sido una de las regiones menos favorecidas por la política económica que comenzó a desplegarse con el gobierno de Thatcher. También se ubica al laborismo como continuador de partes esenciales de esa política que consistió en desmantelar al sector industrial y al Estado. Apuesta a la explotación de recursos petrolíferos en las reservas ubicadas en el mar del norte. Haciendo del petróleo la principal base de la economía escocesa en su hipotética nueva etapa. La cual promovería un ingreso de mil 600 millones de dólares a las arcas públicas. Por el otro, la coalición conservadora-laborista-liberal que, a su vez, es conformada por los aislacionistas del Partido por la Independencia del Reino Unido, avisan que las consecuencias que pagará el pueblo escocés por su independencia serán altas: no podrán seguir adoptando la libra esterlina como moneda, tendrán dificultad para acceder tanto a los mercados como a la asociación con la Unión Europea, y el gasto público representara un gran problema para el gobierno.
Frente a las advertencias en torno a la inviabilidad de la independencia política y económica de Escocia por parte del gobierno y la oposición británica al proyecto, Salmond considera que el potencial económico del país (un posible petro-Estado) que gobierna es lo suficientemente alto como para que la población (de alrededor de cinco millones de habitantes) pueda tener una calidad de vida superior a la que posee bajo el rumbo económico tomado por la administración central británica desde los ochenta. Para una explotación sustentable de los cuantiosos recursos hidrocarburiferos del mar del norte propone la implementación de un modelo económico similar al de Noruega. Basado en la creación de un amplio fondo que se constituye con los excedentes de la actividad petrolera (enmarcada en un sistema de economía mixta). El principal objetivo del fondo invertir en bienestar social y desarrollo económico gran parte de ese excedente. A la vez es un mecanismo de regulación que contrarrestaría eventualidades relacionadas a las fluctuaciones en el precio del petróleo.
La lucha por la libra
Pero hay un elemento clave que pretende el ministro principal escocés y este es la continuidad en el uso de la libra esterlina. Es decir, que se mantenga la unión monetaria entre ambas entidades en caso que la independencia sea realidad. Salmond explicó que “una Escocia soberana mantendría una unión monetaria con el resto del Reino Unido con la libra esterlina como moneda a ambos lados de la hipotética nueva frontera. Según la hoja de ruta independentista, la libra es «un activo común» de todos los británicos. Y los lazos comerciales entre Escocia y el resto del Reino Unido tan estrechos que mantener una «unión esterlina» en caso de victoria del «sí» sería en interés de todos, defiende el nacionalismo.” (1)
Este plan se encontró con una férrea oposición de Londres. «La libra no es un activo que pueda dividirse entre dos países después de una secesión como una colección de CDs», afirmó el ministro de Finanzas conservador, George Osborne, en un discurso en Edimburgo en febrero. (2)
En el ámbito económico también pesa una sensación de incertidumbre ante la salida de Escocia de la Unión. Una sorpresa ha sido lo manifestado por Paul Krugman sobre la cuestión. Pues señala que la combinación de una independencia política con la continuidad de la política monetaria supeditada a la libra esterlina es un caldo de cultivo para el colapso económico. La ambiciosa política económica propuesta por Salmond se toparía con la imposibilidad de controlar la política monetaria, cuyo mando seguiría estando en Londres. “Una Escocia independiente utilizando la libra estaría en una peor situación que los países del euro, que al menos comparten la autoridad del Banco Central Europeo. Si los votantes escoceses realmente creen seguro ser un país sin divisa, están siendo gravemente engañados.” (3)
El mundo financiero internacional prefigura un escenario recesivo para la economía de Escocia si se inclina a favor de su soberanía política frente al Reino Unido. El cual estaría marcado por la huida de capitales y de bancos como el Royal Bank of Scotland. Ello se debe a las eventuales consecuencias por las que podría pasar el sector financiero ya sea con la continuidad de la unión monetaria o ante un abandono forzado de la libra esterlina y el camino que puede abrirse hacia la creación de una nueva moneda. El sector industrial-exportador, por su parte, se vería beneficiado con un hipotético giro de Escocia a la independencia política.
No obstante, volviendo a lo que menciona Krugman respecto a Escocia, la búsqueda hacia la adopción de una nueva moneda puede resultar un escenario más alentador que supeditar la política monetaria a Londres. Siempre y cuando las reservas puedan costear ese cambio. Amplios sectores detrás de la campaña (el ala izquierda) entienden el peligro de ser un país sin moneda. Desconfiando de la esterlinización propuesta por Salmond. Para ello proponen un periodo inicial de unión monetaria con libra esterlina para instrumentar una nueva política monetaria. La sujeción inicial a la libra esterlina se ve como necesaria para cumplir con determinados requisitos fiscales como los del pacto de estabilidad europeo.
La cuestión de la libra y la política económica a seguir por el gobierno escoces son dos puntos fundamentales que tendrán protagonismo en las hipotéticas negociaciones que surjan si se impone el Sí en el referéndum. El modelo económico que enarbola el ministro principal escocés Salmond propone una inclusión de nuevas estructuras productivas, financieras e impositivas que buscan acercar a la economía escocesa a la experiencia de los países escandinavos: moldear un estado más presente y eficiente en materia social y educativa así como una industria petrolera que este fuertemente ligada a esa matriz así como también tenga un compromiso con el desarrollo de otras industrias ligadas a las nuevas tecnologías y los servicios. Un modelo que se opone al anglosajón (menos impuestos, menos Estado). Una contraposición a la cual habría que encontrar una armoniosa coexistencia.
Escenario para lo impensado
No hay margen para prefigurar un resultado claro en el referéndum. Luego de un inicio desfavorable para el Sí, que se encontraba entre veinte y treinta puntos por debajo del No a la independencia, a pocos días de la consulta, ambas posiciones están prácticamente empatadas. La activa campaña nacionalista por el Sí tomó vuelo gracias tanto a la inicial falta de interés por el unionismo en defender la postura del No (subestimación inicial del comicio) como por los inusuales niveles de agresividad que fue tomando a medida que la brecha entre ambas opciones fue acortándose.
Además de hacer hincapié en los problemas particulares del caso escocés, los políticos británicos también ponen el ojo en las otras naciones que integran la unión. En Belfast, el líder de Sinn Fein, Martin McGuinness, sugirió que el referéndum del jueves revivirá la presión por la unificación de Irlanda. Aunque menos reivindicativos, los nacionalistas galeses ya avisaron que aspiran a revisar sus pactos constitucionales para ampliar el autogobierno. (4)
Europa sigue el desenlace en silencio, con la inquietud de que una victoria del separatismo escocés desencadene a mediano plazo la salida de Gran Bretaña de la UE. Cameron es partidario de mantenerse dentro, pero, para contener a los euroescépticos que se inclinan por el UKIP, anunció su intención de convocar un plebiscito en 2017. (5) También existe una cierta preocupación en relación a las situaciones similares que se registran, con diferente grado de reivindicación. a lo largo de algunos países que conforman el bloque. El soberanismo catalán busca que un resultado positivo del Si en Escocia de un impulso significativo a su propia causa. Lo mismo sucede con Britania en Francia (país que, por ello, se opone a la independencia de Escocia), en Bélgica, con la Lega Nord en Italia, etc. Sería la confirmación de una temida respuesta la pregunta sobre el nivel de impacto que los movimientos secesionistas tienen en Europa. Un síntoma del deterioro de los Estados soberanos producido por su sumisión a la economía “autorregulada”. Su debilitamiento conduce al surgimiento de movimientos secesionistas. En definitiva, a una fragmentación que tiende a allanar aún más el camino al sector financiero sobre el control de la economía.
La historia moderna y contemporánea de Escocia está fuertemente atada con la del resto del Reino Unido. Pero las reformas implementadas hace casi cuatro décadas no han favorecido el devenir económico y social de la sociedad escocesa. La sensación de fracaso y derrota fue creciendo en amplios sectores sociales que han visto perder las protecciones de las que antes gozaban, como sus vidas han ido precarizándose al compás de cada privatización, de cada cierre de fábricas fundamentales para el viejo aparato productivo escocés que no sobrevivió al final de ese keynesianismo casi perfecto que se supo construir en el Reino Unido de la posguerra. Una gran parte de la juventud y los trabajadores de Escocia que se debate entre el desclasamiento y la precarización de un mercado laboral orientado a los servicios puede ser fundamental en los resultados que arroje el referéndum.
Pese a contar con muchos sectores y factores en contra que pueden atentar contra el entusiasmo alrededor de una posible recuperación de la soberanía política escocesa, la definición del comicio es cerrada. No puede saberse a ciencia cierta lo que ocurrirá el jueves. Habrá que esperar hasta ese día para saber si lo que en Westminster consideran como “una tormenta perfecta” habrá sido solo un susto o el inicio de un lento proceso de desmembramiento del Reino Unido que ubicaría en el largo plazo a esta entidad en el vasto desierto de los viejos Estados disueltos.
Fuentes consultadas:
(1), (2) y (3) http://www.abc.es/internacional/20140910/abci-escocia-krugman-201409101138.html
(4) http://www.lanacion.com.ar/1727076-el-panico-por-escocia-va-mas-alla-de-gran-bretana-y-pone-en-alerta-a-europa
(5) http://www.theguardian.com/politics/2013/jan/22/eu-referendum-2017-david-cameron
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